El muchacho de la escuela veinticuatro
cero
cuatro
escribe poemas. Vengan a celebrarlo
bajo la ramada de la pasionaria cuyos frutos cuelgan
como plenitudes de este verano.
La silla de junco para el poeta. Siéntate sin perturbar
(al perro
que hace veinte años duerme
bajo el sol que otra vez es un regocijo.
El corazón, en la vuelta, es un péndulo azorado
que va de este patio áspero al suave pueblo de tu
(memoria.
Bebes y escuchas:
ojalá te den el premio Nobel, hermanito,
cuando todavía puedas hacer el amor. A propósito,
¿la poesía te da privilegios
de himeneo? El resto es literatura. ¿También son
rubios
los coños
que sueñan eternamente nuestros dedos oscuros?
De pronto el perro gime en su sueño. Sin despertar
persigue con angustia su cola greñuda
como si fuera un dorado vellocino.
Tú, poeta quieres consolarlo, calmar sus giros,
acariciar su lomo,
pero detenemos tu mano y bajo nuestra antigua
(pasionaria
te increpamos el olvido:
déjalo, aquí la vida es así.
José Watanabe Varas
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